Editorial: Chirimbote
Autores: Verónica Estay Stange (compiladora)
Formato: 22cm x 15cm / 224 páginas
Género del libro: Relatos
Colección: Devenires
Edad mínima recomendada: 18 años
Edad máxima recomendada: Sin límite
Descripción
“Entonces surgió una nueva voz. Inesperada. Incómoda para los propios genocidas, sorpresiva para los sobrevivientes, pero irremplazable y fundamental para la sociedad que había sufrido esos crímenes que al fin empezaban a juzgarse.
Así como durante la dictadura las Madres y Abuelas de la plaza les preguntaban a los genocidas dónde estaban sus hijos y sus nietos, tres décadas más tarde otras mujeres, más jóvenes pero con la misma determinación que las primeras, también comenzaron a hacer preguntas: “¿por qué te acusan de asesino? ¿por qué estás preso, papá?” (...)
Y empezaron a desconfiar. Así, poco a poco esas hijas, a las que luego se unieron hijos y hermanos, fueron descubriendo que no había habido una guerra ni un mandato patriótico, y que las acusaciones no eran fruto de gobiernos de izquierda que buscaban venganza. Todo era distinto a lo que les habían dicho en sus casas. Y algo más, tan triste como perturbador: las manos que las habían acariciado o golpeado durante la infancia no eran las manos de un padre patriota, sino que eran las manos de un padre asesino.
Entonces, como la misma Antígona, esas hijas e hijos se vieron ante el dilema de permanecer en el interior de esa burbuja familiar que las había mantenido sumidas en la obediencia la ingenuidad o romperla en mil pedazos para buscar la verdad, y enfrentar el desafío de ser ellas mismas.
Y desobedecer.”
(Alejandro Parisi)
$26.000,00
Editorial: Chirimbote
Autores: Verónica Estay Stange (compiladora)
Formato: 22cm x 15cm / 224 páginas
Género del libro: Relatos
Colección: Devenires
Edad mínima recomendada: 18 años
Edad máxima recomendada: Sin límite
Descripción
“Entonces surgió una nueva voz. Inesperada. Incómoda para los propios genocidas, sorpresiva para los sobrevivientes, pero irremplazable y fundamental para la sociedad que había sufrido esos crímenes que al fin empezaban a juzgarse.
Así como durante la dictadura las Madres y Abuelas de la plaza les preguntaban a los genocidas dónde estaban sus hijos y sus nietos, tres décadas más tarde otras mujeres, más jóvenes pero con la misma determinación que las primeras, también comenzaron a hacer preguntas: “¿por qué te acusan de asesino? ¿por qué estás preso, papá?” (...)
Y empezaron a desconfiar. Así, poco a poco esas hijas, a las que luego se unieron hijos y hermanos, fueron descubriendo que no había habido una guerra ni un mandato patriótico, y que las acusaciones no eran fruto de gobiernos de izquierda que buscaban venganza. Todo era distinto a lo que les habían dicho en sus casas. Y algo más, tan triste como perturbador: las manos que las habían acariciado o golpeado durante la infancia no eran las manos de un padre patriota, sino que eran las manos de un padre asesino.
Entonces, como la misma Antígona, esas hijas e hijos se vieron ante el dilema de permanecer en el interior de esa burbuja familiar que las había mantenido sumidas en la obediencia la ingenuidad o romperla en mil pedazos para buscar la verdad, y enfrentar el desafío de ser ellas mismas.
Y desobedecer.”
(Alejandro Parisi)